Si consideramos la ciudad como el resultado del trabajo colectivo, el derecho a la ciudad es el derecho a hacer uso del producto del trabajo de todos (Lefebvre 1968).
La propia fisicidad de la ciudad, sus estructuras materiales, son un común urbano, son patrimonio de todos, un patrimonio cuyo acceso está controlado. Desde este punto de vista estas medidas disuasorias no serían más que la apropiación de ese común urbano por el grupo que gestiona el poder, la apropiación de las rentas derivadas de la vida en común que todos hemos producido (Harvey 2012).
Haciendo un símil textual, diríamos con Derrida que todo depende de las estructuras del leguaje, todo es texto. La ciudad es un texto y su significado puede ser alterado. ¿A qué relato de lo contemporáneo corresponde este texto del que estas estructuras son signos? ¿Este fenómeno es un producto de un momento concreto del devenir de la ciudad capitalista o el conflicto de intereses en el seno de la ciudad siempre ha dado formas coercitivas de este tipo?
¿Cuales son las condiciones de posibilidad de las relaciones sociales? Las relaciones sociales no pueden existir sin un soporte y ese soporte es el sustrato material, el entorno construido (Lefebvre 1974). Efectivamente, socializar e interactuar entre nosotros es una práctica mediada por la materialidad de la ciudad. Haciendo una analogía con el software, podemos decir que utilizamos la ciudad como un interface, un dispositivo que determina las formas y las posibilidades de interacción entre las personas que la habitan.
El conocer y poder manipular el código nos dará la capacidad para determinar el tipo de interacciones posibles. El conocimiento del código es una cuestión política de ciudadanía: el código que sostiene ese interface debe ser abierto y manipulable, accesible para todos. Siguiendo la analogía, el caso de la arquitectura disuasoria sería un claro ejemplo de software privativo. A través de ese conocimiento unos pocos deciden cómo debe utilizarse una estructura y por lo tanto, las formas de interacción posibles. Nuestra colección de joyas pone luz sobre la relación entre poder y urbanismo, entre la construcción y las formas de vida posibles en la ciudad.
El poder se encarna en lo construido, se hace material en el urbanismo. Hay casos paradigmáticos como el planeamiento de los accesos a Long Island por Robert Moses. Moses diseñó los puentes sobre las autopistas que dan acceso a Long Island con una altura que impedían ser transitadas por autobuses. La minorías negras y latinas de Nueva York que no tenían recursos para pagarse un coche y tenían que ir en autobús no podían llegar hasta las playas y resorts de Long Island. El poder se materializa en el hormigón de esos puentes. La arquitectura disuasoria es un caso más estridente del mismo proceso que diseñó las calladas infraestructuras viarias de Moses. Fijarnos en estas estructuras nos lleva irremediablemente a una reflexión sobre las formas de poder y control en la ciudad, sobre la apropiación del espacio público por los que gestionan el poder y sobre los valores de la sociedad que los ha construido y cual ha sido su evolución en el tiempo.